Los falafel son comunes a varias cocinas de medio oriente, desde Grecia (donde se llaman Revithokeftedes) y Egipto (donde suelen usarse habas en vez de garbanzos) hasta Israel pasando por Líbano, Siria y Palestina.
Fáciles de preparar, hay que tener cuidado con la consistencia de la masa -que sea lo suficientemente húmeda pero no demasiado-. Por eso mezclamos ingredientes que aportan humedad como las hierbas aromáticas picadas y la cebolla rallada con un poco de harina que absorberá el exceso de humedad. La masa de falafel congela muy bien, así que se puede hacer mucha cantidad y congelar en porciones para 4, 8, 12 unidades.
Para servirlos su acompañamiento tradicional es una sencilla salsa de yogur (yogur natural, sal y unas gotas de zumo de limón), aunque también son muy agradecidos con una ensalada veraniega e incluso con unos boreks de calabacín.
Los garbanzos tienen que estar remojados como si fuéramos a cocerlos.
Preparar los ingredientes. Poner los garbanzos en una batidora y triturar hasta que esté más o menos homogéneo. Machacar los dientes de ajo en un mortero con un poco de sal hasta que conseguir una pasta (o picarlos muy finos). Picar el cilantro y el perejil muy finos. Moler las semillas de comino y de coriandro en un molinillo eléctrico. Rallar la cebolla con el lado grueso del rallador (nos interesa que quede el líquido que suelta para humedecer la masa de los falafel). Mezclar todos los ingredientes en un bol junto con la harina y el bicarbonato. Mezclar bien y salpimentar al gusto.
Formar pelotillas no más grandes de una nuez (nos podemos ayudar con una cucharita o con una pala de helado), y aplastarlas ligeramente obteniendo unos discos de unos 2 cm de altura y 5 cm de diámetro. Hay que tener cuidado de que los bordes no se rompan.
Calentar el aceite en una sartén y freír los falafel en tandas. Freír hasta que estén bien dorados por ambos lados, retirarlos y dejarlos escurrir en papel de cocina.
Se pueden servir acompañados de pan pita, salsa de tahina y gajos de limón.